jueves, 7 de abril de 2011

El deporte moderno

El deporte moderno. Consideraciones acerca de su génesis
y de la evolución de su significado y funciones sociales
Universidad Autónoma de Madrid
(España)
Roberto Velázquez Buendía
roberto.velazquez@uam.es
                                                                                                      
Resumen
    En este artículo, después de exponer los planteamientos de diversos autores acerca del origen del deporte moderno y de las causas que propiciaron su desarrollo, se presentan algunas consideraciones, desde una perspectiva crítica, sobre los factores que propiciaron su evolución hacia la profesionalización, y sobre las funciones que el deporte moderno ha ido cumpliendo desde sus orígenes hasta convertirse el la forma de práctica que hoy conocemos. En lo que se refiere a la última cuestión, después presentar algunas formas mediante las que el deporte ha contribuido a la reproducción de la ideología dominante, el artículo finaliza presentando un breve análisis de las relaciones entre el deporte y los intereses económicos y políticos que predominan en las sociedades industrializadas.
    Palabras clave: Deporte profesional, deporte amateur, socialización deportiva, ideología, mujer y deporte, espectáculo deportivo, mercado deportivo, deporte y Estado, educación y deporte, organizaciones deportivas.
 
                                       
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 7 - N° 36 - Mayo de 2001    

Como tuvimos ocasión de señalar en otro lugar, puede decirse que prácticamente todos los autores que se han ocupado del tema aceptan la idea de que lo que hoy se conoce como deporte -en cualquiera de los múltiples sentidos o significados que puede adoptar dicho término en la actualidad- tuvo su origen en Inglaterra, a partir del siglo XVIII, mediante un proceso de transformación de juegos y pasatiempos tradicionales iniciado por las elites sociales, y en el que tuvieron un papel clave las «publics schools» y los «clubs» ingleses1 (Velázquez Buendía, 2000). Como también se indicó en el mismo lugar, otra cosa bien distinta sucede en relación con los motivos, circunstancias y causas que propiciaron la aparición del deporte moderno y que pueden contribuir a explicar el gran crecimiento y difusión internacional que ha tenido a partir del último cuarto del siglo XIX y principios del siglo XX, existiendo, en este sentido, diversas teorías, hipótesis y enfoques que abordan este tema, también en muchos casos, desde diferentes perspectivas. Se trata ahora de examinar algunos aspectos relativos a su evolución como práctica y a la de las funciones sociales que ha ido cumpliendo a lo largo de dicha evolución. No obstante, como punto de partida, parece conveniente volver a exponer aquí algunos de los planteamientos que sobre el origen del deporte moderno han realizado algunos autores.

1. Teorías sobre el origen del deporte moderno
                     Tal y como se ha indicado, en torno al origen del deporte moderno se han establecido diversos planteamientos donde, desde diferentes perspectivas de análisis, se exponen las posibles causas que, a juicio del autor correspondiente, pueden contribuir a explicar su aparición y desarrollo. Si bien tales causas tienen casi siempre que ver con las circunstancias socioculturales, políticas y económicas que han caracterizado el desarrollo de Inglaterra en los últimos siglos, como podrá apreciarse más adelante las diferencias entre los planteamientos de los autores son notables, tanto a la hora de precisar a qué circunstancias concretas cabe atribuir el origen del deporte moderno, como a la de señalar qué grado de importancia ha de concederse a tales circunstancias.
            Para empezar, cabe considerar la posición teórica adoptada por Carl Diem (1966:71 y ss.), para el que los motivos que explican la aparición del deporte moderno en Inglaterra deben vincularse a las características peculiares de sus habitantes. En efecto, este autor, a lo largo de la exposición que hace sobre el tema, alude a determinadas características del pueblo inglés, las cuales, desde su punto de vista, han influido directamente en el surgir del deporte moderno, como, por ejemplo, su carácter emprendedor, el gusto por las apuestas, el aprecio e importancia otorgada a la fuerza física y a su demostración... En su planteamiento, Diem (1966:92 y ss.) concede una especial importancia a lo que denomina "el espíritu del deporte inglés", entendido como una forma de concebir y de practicar la competición deportiva basada en una gran corrección ética que surge de un "impulso interior". Para Diem este espíritu deportivo viene a ser el motor que ha impulsado la génesis y el desarrollo del deporte moderno, en tanto que ha dado lugar a la necesidad de unas reglas que han sido creadas y aceptadas universalmente sin apenas modificaciones; a una organización del deporte donde se ha distinguido desde el principio entre las categorías de «profesional» y de «amateur»; al establecimiento de reglas de entrenamiento; y, sobre todo, a una forma de entender la práctica y el espectáculo deportivo -conceptuada con la expresión «fair play»- que requiere un aprendizaje moral y que va más allá de las cuestiones meramente técnicas, normativas o de organización.
              A este respecto cabe señalar que para otros autores la importancia y exigencia de una conducta ética en la práctica deportiva que acompaña a la génesis del deporte en Inglaterra no se atribuye a ningún "impulso interior" de naturaleza moral. Por el contrario, como se verá más adelante, tales autores vinculan dicha exigencia ética a la necesidad social de frenar los excesos del comportamiento del pueblo inglés de finales del siglo XVII y principios del XVIII (Gillet, 1971; Elías y Dunning, 1986...). A modo ilustrativo pueden citarse las palabras de Max Leclerc (en Gillet, 1971:64), el cual, refiriéndose a la Inglaterra de 1800, señala que "este pueblo era, al decir de todos los testimonios, fofo, bruto y entregado, de arriba a abajo de la escala social, a los excesos de la mesa y a las tabernas".
            En cambio, el planteamiento de Carl Diem es asumido parcialmente por Richard D. Mandell, en la medida en que también reconoce la originalidad inglesa en cuestiones tales como la creación por escrito de reglas de juego fijas para distintos deportes, la formulación del concepto de "deporte amateur" y de la noción de "récord" deportivo, el desarrollo del trabajo en equipo y de la planificación del entrenamiento.... Pero, por otra parte, Mandell (1986:142 y ss.) se aleja del planteamiento propuesto por Diem al descartar expresamente la idea de que las causas de la génesis y la relevancia que ha adquirido el deporte inglés puedan atribuirse a las características idiosincrásicas de los ingleses. Para este autor la explicación de tales hechos debe situarse, sobre todo, en torno a las características geo-políticas de Inglaterra, las cuales determinaron unas condiciones sociales y económicas especiales respecto al resto de los pueblos de Europa. En opinión de Mandell, la situación de aislamiento insular y la invasión normanda que tuvo lugar a principios del siglo XI determinó la imposición de una autoridad central completa que dio lugar, a lo largo de los siglos posteriores, a la existencia de ciudades abiertas, de clases aristocráticas, profesionales y comerciales con un sentido nacionalista antes que localista, de unas rupturas políticas menos severas que en Francia o Alemania, de una mayor movilidad social -ascendente y descendente- que en el continente, etc.. En este sentido, Mandell (1986:145) indica que es posible que las mejores condiciones de vida que, en general, disfrutaban tanto los grandes terratenientes como los obreros y jornaleros, respecto a sus homólogos europeos, dieran lugar a una "... explotación más lujuriosa del ocio y a una más libre experimentación de las formas de espectáculo y juego existentes en Europa". Asimismo, este autor también apunta la idea de que las posibilidades de movilidad social, y el dinamismo comercial y financiero, fueron aspectos que también contribuyeron de manera importante en relación con la forma en que se fue desarrollando el deporte en Inglaterra.
Desde esta perspectiva, Mandell (1986:154) considera que algunos aspectos como la capacidad de intuir las posibilidades de éxito en operaciones especulativas, o la tendencia a sopesar las distintas posibilidades de apostar y obtener beneficios a partir del conocimiento de los mercados comerciales, constituyen manifestaciones de la aparición progresiva de una nueva "actitud mental" a lo largo del siglo XVIII, que más tarde sería característica de la era industrial. Según señala este autor (1986:147 y ss.), dicha actitud tuvo su reflejo en aspectos tales como la aparición de la idea del récord deportivo como nítida apreciación del logro cuantificable, la búsqueda de formas determinadas de supremacía deportiva y de preparación metódica para conseguir tal supremacía como inversión en trabajo y tiempo para producir más y mejor, la realización de apuestas deportivas bajo criterios objetivos, racionales o "científicos", donde se sopesaban las posibilidades de éxito y de beneficio...
Así, en opinión de Mandell (1986:159), a medida que la sociedad inglesa iba asumiendo e integrando en su cultura y en su vida cotidiana conceptos y prácticas tales como la racionalización, la estandarización, la precisión de las mediciones..., surgidas a lo largo del proceso de industrialización, tales atributos iban impregnando la práctica deportiva, orientándola hacia la consecución de una eficacia que pudiera demostrarse estadísticamente y con éxitos, como sucedía con la manufactura y el comercio. En palabras de este autor, "el deporte inglés evolucionó tan espontánea y armoniosamente con los tiempos, que apenas fue percibido como algo extraordinario por los críticos sociales de entonces ni por los historiadores después". Asimismo, la tendencia hacia la codificación y racionalización de las leyes y del gobierno tenía su reflejo en reglamentos deportivos cada vez más elaborados y aplicados estrictamente por medio de árbitros o jueces.
  Por otra parte, según este mismo autor (1986:161), a pesar de que la orientación de los nuevos deportes giraba en torno a una reglamentación de la práctica cada vez más precisa y a un mayor control de la misma (tendencia que difuminaba su carácter lúdico y recreativo), a pesar del carácter social selectivo que inicialmente tuvieron los nuevos deportes, y a pesar de que la clase obrera se veía privada de la posibilidad de practicarlos por sus largas jornadas laborales (doce horas diarias, durante seis días semanales), los nuevos deportes terminaron finalmente siendo abrazados prácticamente por todas las esferas y capas sociales, buscando en ellos dinero, fama y placer como participantes y diversión como espectadores.

    En resumidas cuentas, para Mandell (1987:161), la génesis y el desarrollo del deporte no sólo reflejó y facilitó la adaptación mental de toda la sociedad inglesa a las nuevas demandas del mundo moderno, sino que además supuso un estímulo para la adopción de dicha mentalidad. A lo largo del siglo XIX, deportistas, admiradores, directivos y empresarios no se limitaron únicamente a "desprovincializar" y a reglamentar los antiguos juegos populares y recreativos, también impulsaron la difusión de las nuevas prácticas deportivas orientadas hacia la competición y hacia la consecución del éxito.
    Si, como acabamos de ver muy brevemente, Mandell desarrolla su explicación sobre la génesis y desarrollo del deporte moderno a partir de una perspectiva socio-económica, Norbert Elias (1992:31 y ss.) lo hace desde un punto de vista socio-político, asociando las causas de su aparición a las características del proceso civilizador de la sociedad inglesa, y más concretamente, considerando la vinculación entre el desarrollo de la estructura de poder en la Inglaterra del siglo XVIII y el modo en que evolucionaban los pasatiempos tradicionales e iban incorporando las características de lo que hoy conocemos como deporte.
    Básicamente, el planteamiento que expone y desarrolla Elias gira en torno a la idea de que la génesis y el desarrollo del deporte en Inglaterra durante el siglo XVIII fue parte integrante de la pacificación de las clases altas del país. A grandes rasgos puede decirse que, para este autor (1992:42 y ss.), las grandes y graves tensiones sociopolíticas del siglo XVII, con sus estallidos de violencia y sus secuelas de odio y miedo, provocadas por las luchas por el poder entre la nobleza y las clases altas terratenientes, con sus catastróficas consecuencias para ambas partes, constituyen factores que fueron propiciando, a lo largo del siglo XVIII, la aparición de un marco político en el que se pudieran dirimir las diferencias de manera pacífica y en el que pudiera tener lugar la alternancia en el poder sin hostigamientos, amenazas ni venganzas con los predecesores.
    Durante dicho proceso, que dio lugar a la aparición del parlamento -en el sentido moderno del término- y del gobierno parlamentario, fue necesario que las clases enfrentadas asumieran recíprocamente un código ético de sentimientos y conductas que hicieran posible los enfrentamientos sin violencia en el parlamento. Así, a medida que la confianza mutua fue aumentando, siendo cada vez más escaso el recurso a la violencia, las habilidades militares fueron dando paso a otro tipo de habilidades pacíficas como la persuasión, la oratoria, la negociación y el pacto, lo que a su vez provocó el desarrollo de una mayor capacidad de autocontención y un aumento de la sensibilidad respecto al uso de la violencia. Este cambio civilizador en la conducta política se extendió también a la conducta social en los pasatiempos tradicionales practicados en Inglaterra, por lo que, en palabras de Elias (1992:48) "la «parlamentarización» de las clases hacendadas de Inglaterra tuvo su equivalente en la «deportivización» de sus pasatiempos".
    En este marco, Elias (1992:64) considera que la génesis del deporte moderno estuvo muy vinculada a causas sociogenéticas que lo convirtieron en una representación mimética de combates o batallas físicas autocontroladas, codificadas y reguladas por una serie de reglas que limitaban el uso de la violencia y prescribían el daño físico intencionado entre los contendientes. Por otra parte, según este autor, la escenografía deportiva propiciaba que su práctica o su contemplación despertara miméticamente emociones y tensiones asociadas a la excitación en otras situaciones de la vida más peligrosas o arriesgadas, lo que hizo del deporte una actividad con efectos catárticos y liberadores que contribuyó al proceso civilizador de la sociedad inglesa.
    Para Elias (1992:52), durante el periodo en el que las clases terratenientes tuvieron una hegemonía absoluta sobre la configuración y desarrollo de la nueva orientación de los pasatiempos tradicionales transformados en deportes -en los que la persecución del éxito o de la victoria, el autocontrol emocional y la aceptación y respeto a la reglas de juego constituían aspectos fundamentales-, tal configuración y desarrollo se llevó a cabo de acuerdo con sus modos sociales de vida. Cuando muchas de las prácticas deportivas se extendieron y pasaron a manos de las clases industriales urbanas, se mantuvo la orientación que las elites sociales habían dado a tales prácticas.
    En relación con la organización y difusión de los nuevos deportes, Elias (1992:53) alude a la importancia que tuvieron los «clubs», instituciones que constituían originalmente una expresión del derecho de los caballeros a reunirse libremente. A través de los clubes, asociaciones libres formadas por individuos de las clases altas interesados en la actividad deportiva, bien como espectadores o como participantes, tuvo lugar la organización de competiciones y la unificación de los reglamentos a nivel supra-local, y también la creación de organismos y comités de supervisión encargados de verificar el cumplimiento de las reglas y de proporcionar árbitros o jueces cuando era necesario.
    Otros autores, en cambio, han tratado de explicar la génesis y la evolución del deporte moderno desde posiciones sociocríticas vinculadas a perspectivas de análisis neomarxistas, por lo que sus planteamientos difieren radicalmente de las tesis expuestas por los autores anteriores. En este sentido por ejemplo, Jean-Marie Brohm (1993:47) rechaza rotundamente los planteamientos que consideran al deporte como una actividad transhistórica vinculada a los orígenes de la humanidad2, y, por tanto, la idea de que el deporte tenga algo que ver con los ejercicios físicos de carácter lúdico, competitivo, ritual, utilitario o militar que se hayan podido practicar en la antigüedad. Para este autor el deporte, como tal, es producto de una ruptura histórica que comienza en Inglaterra con el modo capitalista de producción industrial y que responde a las necesidades de dicho modo de producción. En consecuencia, Brohm considera que es falsa la pretensión de que el deporte constituya una parte de la herencia histórica del hombre, pues dicha pretensión parte de una concepción mística del deporte que le convierte en una "entidad transcendente que sobrevuela las distintas épocas y los diferentes modos de producción".
   Más concretamente, dicho autor sostiene la idea de que como deporte ha de entenderse exclusivamente el deporte moderno, constituido inicialmente como una "práctica de clase" cuyos orígenes deben situarse en Inglaterra, en el marco de la revolución industrial, y cuyo desarrollo debe vincularse al modo de producción capitalista. Siendo consecuencia del incremento de las fuerzas productivas capitalistas, de la disminución de la jornada laboral, del crecimiento de las grandes urbes y de la modernización y extensión de los medios de transporte, el deporte se ha configurado en el contexto de las relaciones de producción burguesa, constituyendo una institución con diferentes significados según la clase social desde la que se considere, y en la que se da una reproducción ideológica de los modos, valores y estatus que se dan en dichas relaciones de producción y en el orden social dominante, bajo la supervisión del aparato del Estado (1993:48). En coherencia con este planteamiento, Brohm considera que los clubes y las federaciones deportivas se asemejan a entidades comerciales que compiten entre sí, que tienden a mercantilizar la figura del deportista, y que contribuyen a la promoción del espectáculo deportivo de masas, con la complicidad del aparato del Estado, con la finalidad de obtener beneficios económicos y políticos.
 Desde unas posiciones de partida similares, Pierre Bordieu trata de explicar las principales causas de la génesis y del desarrollo del deporte a partir de las necesidades educativas de las clases sociales dominantes y del significado con que se concibió la práctica deportiva entre las mismas. Para Bordieu (1993:61 y ss.), la transición de los pasatiempos populares a deportes tuvo lugar en el seno de las Publics Schools inglesas, instituciones educativas masculinas propias de la aristocracia y de la alta burguesía3. Según el planteamiento de este autor, la re-creación que se da en dichas instituciones de la práctica de actividades físicas y de pasatiempos tradicionales incorpora aspectos propios de tales instituciones, y de los valores y modos sociales de las clases dominantes que eran transmitidos a sus hijos para su formación, lo que incrementaba la diferencia de significado que tales actividades y pasatiempos tenían entre las capas bajas de la población (como por ejemplo, las fiestas agrarias o los juegos rituales). Así, la propensión de las elites hacia actividades sin propósito utilitario alguno y su, al menos aparente, apatía y distanciamiento emocional de los intereses materiales se refleja en lo que se conoce como «fair play», que, como expresa el propio Bordieu (1993:63), "... es la forma de jugar propia de aquellos que no se dejan llevar por el juego hasta el punto de olvidar que es un juego", actitud que contribuye a que el deporte se convierta, en las Publics Schools, en una forma de aumentar el coraje, de desarrollar el carácter y de inculcar la voluntad de ganar, siempre dentro del mayor respeto a las reglas, como disposición aristocrática opuesta a la búsqueda plebeya de la obtención de la victoria a toda costa.
   En lo que se refiere a la evolución que se da en el deporte, que pasa de ser una práctica elitista concebida y reservada para los «amateurs», a ser una práctica popularizada entre la clase trabajadora y un espectáculo producido por profesionales para el consumo de las masas, tal evolución se deriva, según Bordieu (1993:71), de la extensión de las propias funciones que fundamentaron inicialmente su "invención" en las Publics Schools inglesas: la movilización, ocupación y control de los estudiantes. En opinión de este autor, para comprender la popularización del deporte y el enorme crecimiento de las asociaciones deportivas -organizadas en primer término de manera privada y voluntaria, y posteriormente reconocidas, apoyadas y ayudadas (económicamente en muchos casos) por las autoridades públicas- hay que percatarse de su predisposición inicial para el cumplimiento de las funciones señaladas anteriormente y de sus enormes posibilidades de convertirse en un instrumento de control social extremadamente económico. Tales factores convierten al deporte en un objetivo de enorme valor instrumental para todas las organizaciones e instituciones organizadas, en mayor o menor medida, para la movilización y conquista simbólica de la juventud y de las clases trabajadoras, con diversos fines más o menos explícitos.
    Por otra parte, el tránsito del deporte desde las escuelas de elite a las asociaciones deportivas de masas ha ido acompañado, de acuerdo con Bordieu (1993:73), de un cambio en las funciones y significado que los organizadores y los propios deportistas asignan a la práctica deportiva, así como de una transformación en la lógica de dicha práctica, coherente con la transformación de las expectativas y demandas del público y de los practicantes. El propio Bordieu ilustra esta cuestión aludiendo al hecho de que la exaltación del espíritu de lucha o de equipo tenía diferente significado para un adolescente perteneciente a la burguesía o a la aristocracia de las Publics Schools inglesas -el cual prácticamente no contempla la posibilidad de una carrera profesional deportiva- que para el hijo de un obrero o de un miembro de la clase media baja, para el que el deporte constituye una de las pocas vías de movilidad social.
   Para este autor, todo parece indicar que la posibilidad de promoción y de prestigio social que ofrece el deporte a las clases trabajadoras las lleva a introducir en la práctica deportiva unos valores e intereses acordes con las demandas de profesionalización -o de aparente "amateurismo"- y de racionalización y sistematización de los entrenamientos para la práctica deportiva, con vistas a la obtención de una eficiencia específica máxima que permita la consecución de récords, victorias o títulos. De acuerdo con lo anterior, esta posibilidad de promoción social que ofrece la competición deportiva se convierte en uno de los factores más importantes que justifican y favorecen la creación y desarrollo de una necesidad social de práctica deportiva y de todos los medios y recursos necesarios para ello (equipamientos, personal, servicios...). La satisfacción de tal necesidad -"socialmente constituida", en palabras de Bordieu- por parte de la burguesía o pequeña burguesía local permite alcanzar, acumular o mantener un capital político de honorabilidad, de liderazgo y de servicio social que siempre es potencialmente transformable en poder político.
    Hecha esta breve revisión en torno a las diversas posiciones teóricas desde las que se ha abordado el estudio del origen y la génesis del deporte moderno se tratará ahora de ampliar y profundizar en algunas de las cuestiones ya apuntadas, que han ido configurando su evolución como práctica profesional y como práctica popular.


2. Del deporte amateur al deporte profesional
   De acuerdo con lo expuesto hasta ahora, si por un lado puede aceptarse la idea de que en sus orígenes modernos la práctica de los nuevos deportes por las elites sociales ofrecía a los participantes y los espectadores sensaciones placenteras, catárticas, liberadoras..., que hacían de dicha práctica una actividad valiosa en sí misma de gran aceptación, por otro lado también puede afirmarse que desde esos mismos orígenes -y de forma paralela- tales prácticas deportivas fueron rápidamente instrumentadas por las mismas elites sociales que las crearon a partir de sus pasatiempos tradicionales en su propio beneficio. Así, es muy posible que la inmediata percepción del gran valor intrínseco y aceptación que tenían los nuevos deportes tuviera mucho que ver con el gran apoyo que recibieron, con su multiplicación en nuevas formas deportivas, y con la gran difusión que se les dio por la clase dominante como medio de satisfacer sus propios intereses.
    En efecto, como se ha señalado en el apartado anterior, la práctica deportiva pudo servir, desde sus comienzos, para fines ideológicos, económicos y políticos, no sólo por la distinción de clase que el carácter exclusivo de dicha práctica proporcionaba a las elites sociales, sino también en otros sentidos como, por ejemplo, contribuyendo a la pacificación social de Inglaterra y a la adopción de modos de conducta cívica necesarios para el progreso social y político (Elías, 1992), o cumpliendo una función de control y formación moral de los alumnos de las Publics Schools, destinados a formar en el futuro parte de la clase dirigente (Bordieu, 1993; Barbero González, 1993). Asimismo, también se ha de considerar la utilización que se hizo del deporte como medio para la inversión económica en un sentido recreativo o lucrativo, ya sea a través de la realización de apuestas o del patrocinio de los competidores por los premios o recompensas (Mandell, 151 y ss.; Elias y Dunnig, 1992:172, 262). En este sentido puede decirse que tal utilización de la práctica deportiva supuso el primer paso hacia la evolución del deporte como espectáculo y hacia la profesionalización de los deportistas.
 El comienzo de la industrialización en la sociedad inglesa y en otros países del continente, con todo lo que ella implicó a la larga -mejora de las condiciones de vida de los trabajadores, desarrollo urbano, multiplicación de los medios de transporte y comunicación, crecimiento demográfico, evolución y consolidación de los sistemas democráticos, aparición de nuevos valores sociales como eficiencia, productividad, competitividad... -, constituyó un hecho fundamental para la evolución del deporte en todos sus aspectos y para su expansión internacional. Como señala Dunning (1992:260), a finales del siglo XIX y principios del XX comenzó a tener lugar una creciente profesionalización de las prácticas deportivas, hecho que hasta entonces no había constituido una amenaza para la exclusividad con que se entendía y practicaba el deporte por las elites sociales. Ello supuso el acceso a las mismas de personas de baja condición social, como organizadores, como jugadores y como espectadores, lo que dio lugar a la aparición de una ética del deporte de afición como ideología elaborada y definida. Mediante tal ética se trataba de mantener formas de participación deportiva que fueran exclusivas de las clases dominantes, frente al pujante deporte profesional, cada vez con mayores apoyos y posibilidades económicas y financieras, más espectacular, más orientado hacia la búsqueda de sistemas y planes de entrenamiento que proporcionasen un mayor rendimiento, y con unos protagonistas muchos más motivados hacia el triunfo en los que predominaban otros valores más acordes con los propios de la sociedad industrial.
    Esta concepción ideológica del deporte, como práctica amateur supuestamente repleta de valores morales (carácter, fuerza de voluntad, disciplina, respeto a las reglas...), surge en sus comienzos, según señala Bordieu (1993:63 y 65), como parte de un "ideal moral" propio de las clases dominantes, y fue recogida, reconceptuada, replanteada y difundida internacionalmente por Pierre de Coubertin. En efecto, Coubertin, admirador de la cultura griega y del planteamiento del deporte que llevó a cabo Arnold en su Public School, y a quien se considera fundador de los Juegos Olímpicos y principal artífice de la Carta Olímpica4, difundió a finales del siglo pasado y comienzos del presente, una concepción del deporte como una cultura muscular, amateur, caballerosa, distante de la necesidad, ética, donde lo que importa esencialmente no es ganar sino esforzarse para ello (Barbero González, 1993:37). Asimismo, Coubertin consideraba al deporte como un medio educativo de primer orden para la juventud, y como una forma de intercambio y aceptación cultural entre los distintos pueblos y de promover la paz y la amistad entre ellos, al margen de las diferencias de raza, sexo, religión, clase social o sistema político.   Ahora bien, como apunta Mandell (1986:210), Coubertin era consciente, por un lado, de que la práctica y los logros obtenidos en la práctica amateur del deporte atraían a escasos seguidores, y por otro, de que la atracción por el lado festivo de las cosas era prácticamente universal. Por ello mismo, procuró que casi todas las manifestaciones vinculadas al mundo deportivo apareciesen adornadas de un ambiente alegre y festivo (desfiles de antorchas, fuegos artificiales, representaciones musicales, discursos retóricos...) que atrajera a la mayor cantidad posible de público y de medios de comunicación. No obstante, este ambiente espectacular de que se dotó a los Juegos Olímpicos modernos casi desde sus comienzos, y el carácter de espectáculo internacional de masas que alcanzaron a partir de los Juegos de 1908 que tuvieron lugar en Londres, fue aprovechado rápidamente para satisfacer sus propios intereses por los políticos, funcionarios y empresarios con los que Coubertin negociaba para obtener las ayudas necesarias para la restauración y consolidación de los Juegos Olímpicos como manifestación deportiva internacional de carácter regular.
    Desde esta perspectiva, por tanto, puede decirse que los Juegos Olímpicos -y, de manera paralela, toda manifestación deportiva de masas- han constituido casi desde sus inicios un gran escaparate en el que convergen intereses políticos y económicos, y en el que subyace la ideología de los países más avanzados política, económica e industrialmente (Barbero González, 1993:35). Las rivalidades nacionales y los intentos por demostrar una supremacía en dichos aspectos a través del espectáculo deportivo dieron lugar a que los gobiernos de los países participantes comenzasen una carrera por la obtención de medallas y trofeos que pusiesen de manifiesto tal superioridad, o al menos, la pertenencia al grupo de países más avanzados. Inicialmente, el deseo de vencer en dicha pugna se puso de manifiesto en hechos tales como, por ejemplo, los sucedidos durante los juegos de 1908, en Londres, donde la gran rivalidad entre los atletas británicos -pertenecientes a las clases altas del país- y los atletas estadounidenses llevó a la realización de trampas por parte de los jueces británicos (Mandell, 1986:215). Posteriormente, la necesidad de victorias que acreditasen la superioridad política, cultural, económica e industrial llevó a los gobiernos al desarrollo de sistemas y de medios para la concesión de ayudas estatales de distinto tipo cada vez más importantes, tanto a los deportistas olímpicos como a las instituciones oficiales encargadas de organizar y supervisar su preparación.5
    Paralelamente, los cambios socioculturales y económicos que trajo consigo el desarrollo industrial propiciaron e impulsaron el desarrollo del deporte como profesión, que, como se ha expuesto anteriormente, hasta entonces había estado en manos de las elites sociales, como práctica de afición. A este respecto cabe considerar que, por un lado, las grandes restricciones que las sociedades urbanas industriales imponen en la conducta cotidiana y en la expresión de las emociones de la población despiertan una intensa necesidad de actividades recreativas que puedan compensar los efectos de tales restricciones en la vida diaria, y el espectáculo deportivo, precisamente, contiene todos los ingredientes necesarios para producir efectos catárticos y liberadores en los espectadores (Elias y Dunning, 1992:65, 267). Por otro lado, también se ha de tener en cuenta que dicha idoneidad del espectáculo deportivo para atraer y apasionar a las masas, junto con otros factores tales como el gran desarrollo que progresivamente iban adquiriendo los medios de transporte, la cada vez mayor influencia y presencia de los medios de comunicación en la vida de las personas, el aumento progresivo de la capacidad de consumo de la clase trabajadora, la creciente internacionalización y espectacularidad de los enfrentamientos deportivos..., constituyeron poderosos motivos que iban haciendo del espectáculo deportivo una actividad que ofrecía cada vez mayores posibilidades de éxito comercial, empresarial e industrial.
    En este contexto va emergiendo y consolidándose la figura del deportista profesional en una doble vertiente. Por un lado, el éxito deportivo supone una forma de promoción social, de adquisición de fama, de prestigio y de enriquecimiento económico, lo que origina que una gran cantidad de individuos de clase social baja o media opte por dirigir sus esfuerzos en esta dirección de manera exclusiva y asumiendo los valores y hábitos de conducta necesarios para alcanzar el éxito. Por otro lado, el deportista profesional, como señala Brohm (1993:49), se convierte en un asalariado de su club y de firmas comerciales, supeditando su cotización en el "mercado deportivo" a su capacidad de proporcionar beneficios económicos o publicitarios a través de sus éxitos y a las leyes de la oferta y la demanda de dicho mercado. En este sentido, el deportista profesional puede ser considerado, en su formación y en su posterior consolidación dentro de la sociedad industrial, como una inversión empresarial -respaldada económicamente para proporcionarle tanto los mejores técnicos (entrenadores), como los últimos adelantos científicos y tecnológicos para su preparación y para que pueda disponer del mejor material deportivo- de la que se trata de extraer la mayor predisposición psicológica hacia el triunfo, especialmente a través de enormes salarios y de recompensas económicas extraordinarias (premios, primas...). Por ello mismo, no es de extrañar que en el terreno de la alta competición, la figura del deportista profesional y del deporte espectáculo se haya ido imponiendo a lo largo de este siglo sobre la del deportista aficionado y la del deporte amateur, si se tienen en cuenta factores tales como la supremacía y espectacularidad de los resultados deportivos en el campo profesional, la necesidad de disponer de un tiempo libre, de un capital económico y de un capital cultural (Bordieu, 1993:75) indispensable para la práctica amateur del deporte de alta competición, y la facilidad con que se han impuesto en las sociedades industriales los valores, actitudes y conductas propias del deporte profesional sobre los atribuidos al deporte amateur
    Por otra parte, la consideración de los deportistas como representantes de intereses comerciales (empresas, industrias, clubes privados...) o socio-políticos (ciudades, regiones, países...) contradice intrínsecamente el espíritu atribuido al jugador amateur, que supuestamente impulsaba a éste a una práctica deportiva recreativa, desinteresada, ética, y motivada por el propio placer experimentado en la competición. En efecto, en sus orígenes la práctica deportiva tuvo sobre todo un carácter local que hacía que los deportistas percibiesen como rivales únicamente a los habitantes de los pueblos próximos o barrios urbanos6, por lo que puede aceptarse la idea de los enfrentamientos deportivos pudieran tener frecuentemente y sobre todo un contenido lúdico y recreativo, dada la proximidad vecinal y afectiva de los participantes (Dunning,1992:264), aún cuando en ocasiones surgieran enfrentamientos que situaran la pugna deportiva en ámbitos extradeportivos.
    Ahora bien, la proliferación de competiciones de carácter supralocal, nacional e internacional que surge de manera paralela al desarrollo industrial acentúa enormemente el hecho de que los jugadores se conviertan en representantes de una enorme cantidad de personas e intereses de distinto tipo. Ello impide que los deportistas de alto nivel puedan ser independientes y jugar por diversión, viéndose obligados a llevar a cabo una práctica deportiva "seria" en la que deben sostener una alta motivación para ganar, para mantener un gran control en el juego, para renunciar a gratificaciones inmediatas, y para planificar su entrenamiento a largo plazo como medio de conseguir y mantener la representación que ostentan y los beneficios personales asociados a ella (Dunning,1992:265).
    Precisamente, la progresiva desaparición del elemento lúdico en el deporte de alta competición -y, de forma paralela, en una buena parte del deporte en general-, así como la seriedad y utilitarismo que fue adoptando su práctica como consecuencia de la creciente y prioritaria importancia otorgada al éxito o a la victoria, dio lugar a la aparición de importantes críticas al deporte, algunas de las cuales surgieron casi desde comienzos del presente siglo, como la de Hébert (1925) centrada sobre todo en los artificioso y antinatural de sus formas.
    Asimismo, ya a mediados de siglo, Huizinga (1996:232 y ss.) se pronunció al respecto, sosteniendo la idea de que el tránsito que tuvo lugar, sobre todo a partir del último cuarto del siglo XIX, del deporte como diversión momentánea al deporte como sistema organizado de clubes y campeonatos -con todo lo que ello supuso: el aumento en rigurosidad y minuciosidad de las reglas, la creciente sistematización y disciplina del juego, la profesionalización de los jugadores, el alto grado de organización técnica, de equipamiento material y de perfeccionamiento científico, la competencia mercantil, la aparición del concepto de récord...- tuvo como consecuencia la progresiva pérdida del elemento lúdico. En otras palabras, según dicho autor, el juego deportivo se fue haciendo demasiado serio y fue desaparecido, en mayor o menor medida, el estado de ánimo propio de él, perdiendo el sentido de factor social fecundo que tuvo en otros tiempos.
    No obstante, da la impresión de que Huizinga parecía esperar un resurgir de lo lúdico en el deporte y en la sociedad que ofreciera nuevos caminos al desarrollo cultural cuando, al final de su importante obra Homo Ludens (1996:249), señala que: "Una cultura auténtica no puede subsistir sin un cierto contenido lúdico, porque la cultura supone cierta autolimitación y autodominio, cierta capacidad de no ver en las propias tendencias lo más excelso, en una palabra, el reconocer que se halla encerrada dentro de ciertos límites libremente reconocidos. La cultura exige siempre, en cierto sentido, «ser jugada» en un convenio recíproco sobre las reglas. La verdadera cultura exige siempre y en todos los aspectos el «fair play»".
 Desde el conocimiento y observación de lo acaecido durante las casi cinco décadas que han pasado, puede decirse que es muy improbable que se dé un "retorno" de lo lúdico en el deporte oficial en el sentido que apuntaba Huizinga, al menos en lo que respeta al deporte centrado en la competición y en los resultados. Ahora bien, la idea de un carácter lúdico y recreativo en tal forma de deporte podría establecerse a partir del punto de vista de los espectadores, los cuales, como deja entrever Dunning (1992:265), buscan el espectáculo emocionante de una competición entre profesionales -por la que están dispuestos a pagar- que les permita satisfacer sus necesidades de diversión, de liberación y de catarsis de manera análoga a lo que se experimenta directamente en el propio juego. No obstante, si bien el espectáculo deportivo y, por consiguiente, el deporte profesional, se ha desarrollado a lo largo de este siglo cumpliendo este tipo de funciones sociales, también es cierto que también ha llevado a cabo otro tipo de funciones de manera menos explícita, como trataremos de exponer a continuación.

3. El desarrollo del deporte moderno como agente de reproducción ideológica, económica y social
    Puede decirse que son innumerables los estudios y análisis sobre las funciones que ha cumplido el deporte desde el punto de vista de la socialización de los individuos y de la manera en que en éste se reproducen las formas de organización y los valores sociales, habiéndose realizado tales estudios y análisis desde diferentes perspectivas disciplinares e ideológicas. El propósito de este apartado es el de realizar un breve acercamiento a este tema con el objeto de exponer a grandes rasgos algunas de tales funciones que ha llevado a cabo el deporte desde sus inicios, funciones que no pueden ser ignoradas o asumidas de manera acrítica cuando se trata de comprender el proceso que ha dado lugar a que el deporte se haya convertido en un fenómeno sociocultural de primera magnitud, especialmente cuando ello se hace con finalidades educativas.
    Como se ha ido exponiendo anteriormente, puede decirse que desde su aparición el deporte moderno ha incorporado, de manera más o menos intencionada, funciones de socialización y de reproducción de la ideología dominante, primero entre las propias elites sociales y posteriormente entre la clase trabajadora. En efecto, según se ha señalado, en sus orígenes el deporte moderno fue concebido como una práctica de clase distintiva y exclusiva, de carácter recreativo y dotada de un marco ético de conducta adecuado al contexto moral y a las necesidades ideológicas y socio-políticas de las clases dominantes. Así, por ejemplo, a partir de la reglamentación -cada vez más minuciosa- conque se fue dotando a cada modalidad deportiva, el énfasis que se hizo en cuestiones morales tales como la importancia de respetar las reglas de juego y las decisiones de los jueces, el deber de aceptar con cierta distancia emocional el éxito o la derrota, lo incorrecto de aprovechar deslealmente situaciones momentáneas de clara desventaja del adversario..., dio lugar a auténticos códigos de conducta que si bien caracterizaron a la práctica de los nuevos deportes, también sirvieron para distinguir lo que debía ser el comportamiento de un auténtico caballero. Seguramente, como expone Elias (1992:39 y ss.), la asunción y propagación de tales códigos de conducta a través de los nuevos deportes debió de ejercer una función ideológica y pacificadora muy importante y útil en el proceso civilizador de una Inglaterra sacudida a lo largo del siglo XVII por grandes tensiones y violentas revueltas sociales.
    Asimismo, como indican algunos autores (Bordieu, 1993:71; Barbero González, 1993:14 y ss.; Dunning, 259...), la forma en que se concibió, desarrolló y difundió el deporte en las Publics Schools constituyó una poderosa forma de introducir determinados valores y actitudes entre los hijos de las elites sociales destinados a ocupar en el futuro importantes puestos dirigentes del país. Para Bordieu (1993:65), incluso dentro de estas escuelas los valores asociados al deporte (instrucción, carácter, fuerza de voluntad...) eran más y mejor considerados que los estrictamente escolásticos (inteligencia, cultura, educación...), y servían para distanciar y desprestigiar a éstos últimos, más propios de otras fracciones de la clase dominante o de otra clase (como los grupos intelectuales de la pequeña burguesía o los hijos de los profesores).
    Por otra parte, también se ha de tener en cuenta el hecho igualmente apuntado de que la organización y desarrollo del deporte moderno se realizó a través de los clubs, asociaciones exclusivas surgidas en el siglo XVIII a partir del derecho de los caballeros a reunirse libremente (Elias, 1992:53). En el marco de estas asociaciones tuvo lugar la regulación de la práctica deportiva en un ámbito supralocal, organizando competiciones, constituyendo comités para la creación y modificación de las reglas, estableciendo organismos de supervisión para el cumplimiento de las mismas, designando árbitros y jueces..., hasta llegar a la integración de los clubes en niveles superiores de organización de ámbito nacional (Elias, 1992:54). Esta forma de desarrollo permitió un control total sobre el modo y la forma en que la actividad deportiva debía llevarse a cabo, incorporando, lógicamente, los valores, actitudes y estilos de vida de las elites sociales que presidían y formaban parte de dichos clubes y que contemplaban o participaban en el desarrollo de las competiciones.
    En este sentido, no parecen existir dudas sobre el hecho de que en su fase inicial el deporte moderno no estaba al alcance de todas las clases sociales, sino que se constituyó como una actividad modelada para satisfacer las necesidades de entretenimiento y mejora físico-psíquica de las clases altas (Cazorla Prieto, 1979:144). Tampoco parece haberlas sobre la idea de que la práctica deportiva y el desarrollo del deporte contribuyeron en dicho periodo a la reproducción del orden social y de la ideología dominante, aún cuando determinadas manifestaciones deportivas llegaran también hasta la pequeña burguesía.
    Es posteriormente, cuando el deporte comienza a extenderse y a profesionalizarse nutriéndose de las capas sociales medias y bajas de la población, a lo largo del desarrollo industrial, cuando las clases más poderosas económica y socialmente no sólo trataron de establecer, como ya se ha señalado, un espacio restringido de práctica deportiva de alto nivel bajo la forma de deporte amateur, con un código de valores, actitudes y conductas específico, sino que también abandonaron las modalidades deportivas abrazadas por los trabajadores refugiándose en otras (golf, polo, tenis, hípica...) cuyos requerimientos para la práctica de las mismas fueran prácticamente insuperables para los miembros de las clases trabajadoras (Bordieu, 1993:79) y permitieran conservar y reproducir los códigos de conducta y estilos de vida propios de su clase.
    Desde otra perspectiva, uno de los aspectos donde se puede apreciar con mayor claridad el modo en el que el deporte ha actuado y actúa como un instrumento de reproducción ideológica es el de la relación entre la mujer y el deporte. Puede afirmarse rotundamente que el deporte moderno surgió, se organizó, se desarrolló y se difundió como una práctica exclusivamente masculina. De hecho, la exaltación de la "virilidad", la "hombría", el "coraje", y el "carácter", como aspectos propios de la práctica deportiva, ha determinado que tales aspectos constituyan las características más valoradas en el deporte desde sus orígenes, y su manifestación una de las cualidades más apreciadas de los deportistas. Por ello mismo, también puede decirse que el deporte ha sido y es, en palabras de Hargreaves (1993:123) "... una fuente importante de discriminación sexual y el deportista es el foco simbólico del poder masculino".
    En términos generales puede decirse que la histórica existencia y persistencia de esta segregación de la mujer en el deporte se ha basado en las creencias y discursos tradicionales sobre el papel social de las mujeres orientado al matrimonio y a la maternidad, así como sobre los valores, actitudes y modos de conducta que son propios del sexo femenino, radicalmente opuestos a los que debían caracterizar a la actividad deportiva. Pero además, desde el terreno específico de la práctica del deporte también se han esgrimido otros argumentos como, por ejemplo, la pretendida inferioridad biológica7, la esencialmente diferente psicología femenina -que refuerza la idea del deporte como dominio "natural" de los hombres-, y los supuestos peligros para la maternidad que pueden derivarse de una actividad física intensa (Hargreaves, 1993:122,129). Desde esta perspectiva, uno de los aspectos que más llaman la atención lo constituye el que, como expone Hargreaves (1993:115 y ss), estos discursos-ideas han sido asumidos e interiorizados por la inmensa mayoría de las propias mujeres de manera acrítica, contribuyendo así ellas mismas al mantenimiento y reproducción de la ideología que subyace en tales discursos y de su hegemonía a lo largo del tiempo.
    Si bien, como consecuencia de la revolución y desarrollo industrial y de la lucha por la liberación de la mujer que tuvo lugar de forma paralela en dicho proceso, pueden encontrarse casos de participación femenina en el deporte a finales del siglo XIX y principios del XX, no es hasta mediados de dicho siglo cuando la participación deportiva de las mujeres comienza a incrementarse de manera significativa, acelerándose en los últimos tiempos. No obstante, esta integración no puede considerarse de manera igualitaria en relación con su equivalente masculino ni cuantitativa ni cualitativamente, por lo que tampoco puede decirse que la segregación femenina en el deporte haya desaparecido, siendo, más bien, una forma de segregación más sutil y más acorde con los tiempos.
    En efecto, la incorporación de la mujer a la práctica deportiva tuvo lugar inicialmente en las modalidades que podían ser más apropiadas a su "especial" naturaleza biológica y psicológica (patinaje, tenis, esquí...) para posteriormente irse ampliando con otras del mismo tipo, llegando a crearse modalidades exclusivamente femeninas (como es el caso de la gimnasia rítmica y de la natación sincronizada). La mayor parte de tales modalidades fueron dando lugar a una forma de práctica deportiva en la que el elemento estético tenía una gran importancia, en la que se reforzaban los aspectos más característicos de lo que se ha llamado "feminidad" (flexibilidad, gracia, equilibrio, coordinación...) y, sobre todo, en la que no existía una confrontación directa con contacto físico entre las participantes. Aunque en la actualidad la participación deportiva femenina se extiende a modalidades muy distintas a las expuestas en el párrafo anterior, todavía el deporte constituye un instrumento que cumple funciones de segregación y de reproducción ideológica en este sentido.
    Respecto a las relaciones entre el deporte y el mundo del trabajo, tal y como se ha venido exponiendo, el desarrollo y difusión del deporte se encuentra muy vinculado al proceso de industrialización que tuvo lugar en Europa y en los Estados Unidos, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, y a todo lo que él implicó (urbanización, transporte, medios de comunicación...). En lo que se refiere al acceso de la clase trabajadora a la práctica deportiva, éste comienza a producirse según van mejorando sus condiciones laborales y su bienestar económico. En este sentido conviene tener en cuenta que, como apunta Cazorla Prieto (1979:144), la expansión industrial tuvo lugar a expensas de los trabajadores -entre los que se contaban las mujeres y los niños- que tuvieron que soportar jornadas de trabajo excesivamente duras y de larga duración, lo que no proporcionaba, precisamente, unas condiciones favorables para que éstos pudieran sentirse atraídos por la práctica de los nuevos deportes.
    A grandes rasgos, puede decirse que la difusión y expansión del deporte en las sociedades urbanas industrializadas tiene lugar a partir de su organización en clubes y asociaciones deportivas locales, y de su integración en otras instituciones de ámbito supralocal, nacional e internacional, siguiendo el camino trazado por las elites sociales tiempo atrás. Respecto a esta forma organizativa, son ilustrativas las palabras de Thomas Arnold cuando señalaba que "... el mundo del deporte es un microcosmos, una miniatura de la sociedad humana. Una asociación deportiva es una sociedad en pequeño; un equipo de fútbol, un diminuto ejército..." (en Cazorla Prieto, 1979:68), lo que da una idea del grado de jerarquización y disciplina con que desde sus inicios se concibe el espacio deportivo moderno, tanto en su dimensión organizativa como de práctica. En efecto, a medida que las asociaciones y clubes van creciendo, organizándose e integrándose en estructuras superiores, y dando lugar a la aparición de instituciones deportivas, van reproduciendo por imitación las formas de organización y funcionamiento del modo de producción capitalista.
    Así, en el ámbito privado, los clubes comienzan a organizar sistemas de competiciones y campeonatos de diversa duración, de ámbito local, regional, nacional e internacional; compiten entre sí para la obtención y acumulación de sus objetivos deportivos (el éxito, la victoria, el récord, la clasificación...) equiparables a los objetivos comerciales, y para la "adquisición" de los mejores deportistas y técnicos en el mercado deportivo (Brohm, 1993:48); van jerarquizando sus estructuras, en las que aparece el grupo dirigente, que provee de capital, el equipo técnico, encargado de las estrategias, y los deportistas, que llevan a cabo el trabajo en el terreno de juego.
    Esta correlación estructural, organizativa y funcional que puede establecerse en muchos aspectos entre las instituciones deportivas y las organizaciones comerciales y empresariales se extiende también a la esfera de los valores, actitudes y conductas. La llamada "revolución industrial" no sólo supuso un cambio en los medios de producción y un gran desarrollo de la industria y la economía, sino que también llevó aparejado una gran transformación en todos los ámbitos de la vida social y cultural entre los que se incluye el deporte. Concebido como práctica de clase, con un carácter recreativo y amateur, su crecimiento y popularización en el seno de la sociedad industrial tuvo lugar incorporando los valores, actitudes y formas predominantes de entender la vida en dicha sociedad, lo que fue uno de los aspectos determinantes en la orientación profesional o "pseudo-amateur" del deporte. En este sentido, si, por un lado, desde el mundo empresarial y laboral se fueron imponiendo ideológicamente valores tales como productividad, audacia, competitividad, trabajo en cadena, dedicación absoluta..., en el ámbito del deporte centrado en la competición comenzaron a ser valorados aspectos tales como la eficacia, la agresividad, la capacidad de sacrificio y de lucha, la disciplina, el rendimiento, el trabajo en equipo, el espíritu de entrega..., en coherencia con las nuevas formas de entender las relaciones socio-económicas.
    En otras palabras, el deporte, como concepto y como práctica, se desarrolla, organiza y funciona de manera análoga a la sociedad industrial, contribuyendo a que los individuos que forman parte de la misma asuman de manera acrítica sus principios y valores, como característicos de un orden natural que fundamenta la existencia social. Así, puede decirse, en el mismo sentido que señalan Brohm (1978:20 y ss.) y Laguillaumie (1978:40 y ss.), que los pilares del deporte moderno se van construyendo durante el proceso de industrialización en torno a factores tales como la competición sistemática (competencia mercantil), como esencia de la práctica y como valor de progreso; la selección y clasificación (jerarquía y promoción social), como medio de situar a cada individuo en el lugar que le corresponde en cada momento según su aptitud; la cuantificación de los resultados (objetivación de la ganancia y la medida), como forma objetiva de valorar el trabajo efectuado y de compararlo; el rendimiento (maquinismo industrial), como principio de valoración del progreso y de la inversión realizada; y la especialización, subsidiaria del principio de rendimiento, como forma de obtener más y mejores resultados.
    Asimismo, la progresiva alienación del deportista puede considerarse como otro de los pilares que fueron sustentando la práctica deportiva centrada en la competición y el rendimiento, en cualquiera de sus niveles. Cabe establecer dicha alienación desde una triple perspectiva: desde la organización deportiva, desde el equipo técnico y desde la propia actividad. Efectivamente, como apunta Laguillaumie (1978:44 y ss.), conforme se va desarrollando y organizando el aparato deportivo en estructuras cada vez más complejas, el deportista se va convirtiendo en el apéndice de una superestructura cuya finalidad y resortes internos no puede controlar. La burocracia deportiva no sólo fue controlando el proceso y las condiciones de adscripción y de movilidad entre los distintos clubes sino que también fue sometiendo al deportista a conductas restrictivas de diverso tipo (imagen física y moral, aislamiento en concentraciones, contenido de las declaraciones públicas...). Respecto al equipo técnico, el deportista debía someterse a la autoridad de su entrenador, aceptando sus decisiones la mayor parte de las veces de manera acrítica y disciplinada, frecuentemente con el convencimiento de que tal actitud es lo mejor para él y para su equipo o club. Finalmente, la propia actividad deportiva termina siendo realizada de manera rutinaria y mecanizada, convirtiéndose en una necesidad guiada por la lógica deportiva que conduce a un estilo de vida difícilmente sustituible. En resumidas cuentas, el deportista se fue configurando como una persona que no se pertenecía a sí misma, cuya actividad dejaba de ser propia, libre y espontánea, y que acaba dejando que la mayor parte de las decisiones sobre su vida profesional fueran tomadas por otros.
    En lo que se refiere a la aparición de manifestaciones deportivas en forma de espectáculo, en la Inglaterra del último tercio del siglo XIX ya existían competiciones importantes (tenis, fútbol, remo...), aunque la asistencia y participación en las mismas no era multitudinaria y se reducía a determinados círculos sociales (Cazorla Prieto,1979:134). En el mismo período, en los Estados Unidos tales manifestaciones tuvieron lugar sobre todo en las Universidades, aunque gradualmente comenzaron a surgir torneos deportivos en otros ámbitos más populares (Mandell, 1986:196). Podría decirse que el comienzo y crecimiento del deporte, como espectáculo de masas, tuvo lugar a partir de los Juegos Olímpicos de 1908 realizados en Londres, donde se llevó a cabo, por primera vez, un gran despliegue de publicidad y de recursos (Mandell, 1986:215). Si bien tales hechos pueden considerarse también como favorecedores de la aparición y crecimiento de lo que hoy se conoce como mercado deportivo, lo cierto es que su inicio ya había tenido lugar, de manera incipiente, a través de la comercialización de artículos deportivos en los Estados Unidos de América a finales del siglo XIX, de manera paralela al desarrollo de los medios de transporte y de comunicación (Mandell, 1986:194). La mercantilización de la figura del deportista y del espectáculo deportivo, con fines comerciales, publicitarios o propagandísticos, tal como se entiende en la actualidad, y con todo lo que ello implica desde el punto de vista del ciudadano como "consumidor de deporte" y del desarrollo de las técnicas publicitarias, es un fenómeno que como tal comienza a darse sobre todo a partir de la segunda mitad de este siglo.
 Desde la perspectiva del ámbito público, también los Estados, a través de sus gobiernos, han intervenido de manera decisiva en la forma en que se ha ido configurando el deporte durante el desarrollo de la sociedad urbana industrial. Como se ha venido exponiendo, el deporte moderno surgió en el ámbito de la esfera privada e inició su crecimiento y difusión en el seno del Estado liberal, tal y como apunta Cazorla Prieto (1979:132), de la mano de las organizaciones civiles (clubes, federaciones, asociaciones...), las cuales dispusieron de una gran autonomía para configurar, organizar, reglamentar y sancionar la práctica deportiva, dotándose así paulatinamente de unas facultades con una sólida tradición histórica que nunca fueron puestas en entredicho (Meynaud, 1972:61). No obstante, la gran aceptación, expansión y capacidad de movilización de masas que junto con el desarrollo industrial fue adquiriendo el deporte le convirtió en un fenómeno socio-cultural y económico que el Estado no podía ignorar, sobre todo por las enormes posibilidades que ofrecía para satisfacer determinado tipo de intereses políticos8. Así, por ejemplo, las propias características de la actividad deportiva, la exaltación de los beneficios que su práctica comportaba a los individuos, el creciente sedentarismo de las poblaciones urbanas industrializadas, los valores y actitudes que contribuía a generar entre las diversas capas sociales..., constituyeron algunos de los motivos que hicieron del deporte un asunto de interés social y, consecuentemente, político.
    En este mismo sentido, se pronuncia Meynaud (1972: 132 y ss.), exponiendo la idea de que aunque los móviles que han tenido y tienen los poderes públicos son variados y de distinto tipo, existen sobre todo tres que han llegado a justificar una intervención permanente de las autoridades en el terreno deportivo. En primer lugar, la propia necesidad de salvaguardar el orden público durante la realización de manifestaciones o espectáculos deportivos, ya sea por los problemas de movilidad urbana o vial creados por el desarrollo de la propia actividad deportiva o por la asistencia de una multitud de espectadores, y también por la posibilidad de que surjan comportamientos agresivos entre algunos sectores del público que puedan dar lugar a situaciones de violencia colectiva. Este móvil, según Brohm (1993:54) y Laguillaumie (1978:52), ha contribuido a proporcionar al Estado una posibilidad de justificar ante la población la necesidad de un aparato represivo que asegure el mantenimiento del orden y acostumbrarla a su presencia, con lo que refuerza ideológicamente su existencia.
    En segundo lugar, Meynaud señala el deseo higiénico de mejorar la condición física de la población como otro de los móviles que llevaron a los poderes públicos a intervenir en el terreno deportivo con una triple finalidad, de equilibrio personal, de preparación militar y de rendimiento laboral. En cambio Brohm (1993:52 y 53) y Laguillaumie (1978:51 y 56) sólo consideran estas dos últimas finalidades como importantes para el Estado al contribuir a asegurar, por un lado, la buena condición física de sus ejércitos y una predisposición favorable de la población hacia los códigos de conducta y simbología militar, y, por otro, la buena salud de la fuerza productiva y su mentalización como trabajador hacia los principios de rendimiento y productividad.
    Por último, para Meynaud, el tercer gran motivo de las autoridades públicas ha girado y gira en torno a la afirmación del prestigio nacional de los Estados -y, por consiguiente, de sus gobiernos en relación con sus ciudadanos- que se deriva de la obtención de victorias en los enfrentamientos internacionales, las cuales se interpretan como signos del desarrollo socioeconómico de los países. Este móvil, en opinión de Laguillaumie (1978:55), ha terminado por convertir a los equipos deportivos en delegaciones nacionales, representantes directos del honor y del prestigio nacional, y a sus éxitos en servicios al Estado, en motivos de orgullo nacionalista y en medios de incrementar el sentido patriótico de la población, especialmente de la juventud. En este mismo sentido, también Cazorla Prieto (1979:225) pone de manifiesto la utilización del deporte como instrumento para alcanzar prestigio internacional, pero no sólo a través de las victorias sino también al reclamar la organización de grandes pruebas deportivas y poner de manifiesto la capacidad organizativa, técnica y económica del país correspondiente.
    Esta orientación instrumental del deporte es caracterizada por Barbero González (1993:29) como el síndrome del escaparate. Para este autor durante el periodo que media entre las dos guerras mundiales se produce un cambio significativo en la percepción que tienen los Estados acerca del papel del deporte. Al mismo tiempo que van perdiendo primacía los discursos oficiales sobre los beneficios en salud y estado físico que la práctica deportiva puede traer a la población, los Estados y poderes públicos y privados dirigen su preocupación hacia las manifestaciones deportivas de masas, las cuales constituyen un poderoso foco de atención nacional e internacional que ofrece la ocasión para aunar voluntades, por encima de rencillas internas, y demostrar al mundo el nivel de desarrollo alcanzado por el propio país. Así, siguiendo el planteamiento de Barbero González (1993:35), puede decirse que el espectáculo deportivo se ha ido transformando desde instancias públicas y privadas en una cuestión de prestigio local o nacional, lo que facilita tomar decisiones y generar consensos en torno a cuestiones de carácter económico, político y cultural, que en otro contexto hubieran sido mucho más problemáticas y difíciles de justificar y conseguir.
    También, desde otras perspectivas, se ha señalado la instrumentación que se ha hecho del deporte con una finalidad de despolitización, utilizándolo como medio de distraer a la opinión pública de los problemas políticos (Laguillaumie, 1978:53; Cazorla Prieto, 1979:217; Brohm, 1993:53), y también como forma de reafirmar la personalidad regional o nacional, o como procedimiento de activación de sentimientos larvados regionalistas o nacionalistas (Laguillaumie, 1978:54; Cazorla Prieto, 1979:220).
    Como viene sucediendo con los temas tratados anteriormente, la exposición de los intereses políticos que subyacen y que han propiciado la intervención estatal en el crecimiento y desarrollo del deporte moderno a lo largo de este siglo constituye una cuestión cuyo tratamiento en extensión y profundidad excede con mucho los propósitos con los que aquí se ha abordado este tema. Sirvan los breves apuntes que se han realizado en este y en los apartados anteriores para poner de manifiesto el hecho de que por debajo de la retórica oficial y privada sobre el deporte -donde se ha exaltado la importancia y valores de la práctica deportiva, de sus beneficios individuales y sociales, de los presupuestos públicos invertidos en instalaciones, equipamientos y subvenciones...- que ha tenido lugar a lo largo del siglo XX, y sobre todo a partir de su segunda mitad, subyacen intereses políticos, económicos e ideológicos que han sido los que han orientado los discursos y las decisiones de los poderes públicos y de las empresas privadas (comerciales y de otro tipo) en el terreno deportivo. En otras palabras, puede decirse que la intervención del Estado y de las organizaciones empresariales no sólo ha hecho viable el crecimiento, expansión y popularización del deporte y de la práctica deportiva hasta llegar a ser lo que es hoy, sino que también la ha condicionado en sus modos de practicarla y en sus formas de entenderla, acomodándola a sus propios fines.

Notas
1.      Aunque más adelante aludiremos al tema de la génesis del deporte en las Publics Schools, para más información sobre este tema en particular ver también, por ejemplo, las aportaciones al respecto de Mandell (1986:162 y ss.) y de Barbero González (1993:11 y ss.).
2.      En tales planteamientos la génesis del deporte se sitúa en los orígenes de la civilización humana, y su evolución se considera de forma paralela a la de la especie humana, explicando las causas de su aparición y desarrollo también desde diversas perspectivas disciplinares e ideológicas (para más información al respecto ver Velázquez Buendía, 2000).
3.      Aunque algunos autores como Barbero González (1993:14) comparten esta idea de que la génesis y evolución del deporte tuvo lugar en las Publics Schools, otros explican dicha génesis y evolución incorporando otras causas, contextos y realidades diferentes, como se puede comprobar en la exposición que hemos venido realizando. No obstante, la gran mayoría de autores comparten la idea de que las Publics Schools tuvieron un protagonismo esencial al respecto.
4.      Es ilustrativo el hecho señalado por Bordieu (1993:64) de que el primer Comité Olímpico incluía numerosos duques, condes y lores, y que tal composición aristocrática tiende a perpetuarse en la mayor parte de las organizaciones nacionales e internacionales de este tipo.
5.      Si bien el término amateur -que, como concepto, necesariamente debía caracterizar a todo participante olímpico- fue desterrado en 1981 de la Carta Olímpica, el grado en que tal concepción moral del deporte, como idea-fuerza o ideal, fue difundida y enfatizada desde las instituciones, organismos y medios de comunicación, llegó a ser tal que todavía hoy dicha concepción se encuentra arraigada entre amplios sectores de la población, subyaciendo, de manera acrítica en muchos de los discursos oficiales y de las conversaciones particulares que tienen lugar cotidianamente en los distintos ámbitos públicos y privados.
6.      Nos referimos a la práctica deportiva llevada a cabo por el pueblo común, ya que, como señala Dunning (1992:262), la aristocracia y los terratenientes constituyeron una excepción en este sentido, pues eran y se veían a sí mismos como clases nacionales y competían entre ellos en un ámbito nacional.
7.      Decimos pretendida porque, como apunta Hargreaves (1993:128), en muchas pruebas deportivas, incluso con elevados requerimientos de velocidad y potencia, las diferencias son más grandes dentro de un mismo sexo que entre sexos.
8.      Ya en el último periodo del Estado liberal, aunque el deporte, como actividad privada, estaba llamada a ser sostenida por la sociedad civil, la relevancia y necesidades económicas del mundo del deporte provocaron demandas sociales hacia los poderes públicos en busca de ayudas en este sentido. Con la aparición del Estado contemporáneo -o Estado social, Estado de bienestar- los poderes públicos dejan de ser ajenos a los procesos e intereses sociales, surgiendo una política decididamente intervencionista y reguladora en el terreno deportivo como consecuencia de la nueva orientación social de la política. Así, el deporte pasa a ser considerado políticamente como un servicio social que el Estado debe proporcionar a los ciudadanos para su beneficio y bienestar personal (Cazorla Prieto, 1979:134, 158 y ss., 209 y ss.).

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